Yada, yada, yada

35.

No estoy enferma.
No puedo estarlo, es imposible, si lo estuviera no podría seguir con mi pequeña vida aparentemente normal. No podría salir todas las mañanas de casa, cruzar la ciudad, llegar a mi lugar de trabajo, para luego ir a almorzar, volver al trabajo, y finalmente retornar a casa.
Si estuviera enferma tal vez la vida sería menos monótona, abría citas al médico, compra de remedios, tal vez alguno de esos que hacen sentir bien, de esos que te mantienen todo el día con una sensación de agrado, como la que se siente cuando uno se sumerge a una bañera caliente.
No puedo creer cómo pasa el tiempo, y finalmente estoy trabajando por años ya en eso que siempre dije que nunca haría, estresada, buscando las lucas para mantener un status medio, para demostrar no se qué a quién. Sólo me hacen compañía un par de gatos, que ni siquiera se asemejan a los originales, esos que tuve cuando aún vivía en casa de mi madre.
Nada es como lo imaginé.
Nada nunca es como lo imagino, y tal vez ese ha sido mi problema, que imagino demasiado.
Me di cuenta de eso y ha sido lo peor. Vivir durante 10 años cavando mi propio agujero en medio de este gran vertedero personal. En la peor zona que encontré en mi cabeza.
Pero no estoy enferma, y no sabes cuánto deseo estarlo. Al menos tienes algo que culpar por tu derrota.

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Tal vez escribiendo esto puedo espantar la idea de un futuro horrible que anda rondando por mi cabeza. La próxima semana voy a pedir una cita para ir a una charla a estudios en Francia, porque, muchas gracias, al parecer no puedo hacer un postgrado en Filosofía en Francia si soy abogado. Qué rico, no, esa maldita decisión me sigue penando.

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Es divertido en tribunales cómo tratan a los expedientes. Pero eso lo dejo para otro día.