Hoy fui al Juzgado de Menores de Puente Alto.
CAOS.
CA-OS.
Pero me impresionó el subterráneo en el metro Bellavista de La Florida, con todos los terminales del metro bus... me sentí en otro país.
De vuelta a mi casa, me quedé dormida en la micro -obvio- y en una curva brusca, casi salgo volando por la puerta abierta. Me desperté cuando me iba cayendo hacia el lado. Cuático. Moraleja: si va dormir raja en la micro, afírmese, amárrese al asiento o en su defecto repose la cabeza en el hombro vecino. Cuidado con el libro y el lápiz que pueden ser difíciles de rescatar si caen muy lejos, o peor aún, cuidado con las fotocopias resbalando por sus faldas y rápidamente deslizándose hasta el primer asiento del vehículo. Delas por perdidas, sobre todo en días lluviosos.

Yada, yada, yada

35.

No estoy enferma.
No puedo estarlo, es imposible, si lo estuviera no podría seguir con mi pequeña vida aparentemente normal. No podría salir todas las mañanas de casa, cruzar la ciudad, llegar a mi lugar de trabajo, para luego ir a almorzar, volver al trabajo, y finalmente retornar a casa.
Si estuviera enferma tal vez la vida sería menos monótona, abría citas al médico, compra de remedios, tal vez alguno de esos que hacen sentir bien, de esos que te mantienen todo el día con una sensación de agrado, como la que se siente cuando uno se sumerge a una bañera caliente.
No puedo creer cómo pasa el tiempo, y finalmente estoy trabajando por años ya en eso que siempre dije que nunca haría, estresada, buscando las lucas para mantener un status medio, para demostrar no se qué a quién. Sólo me hacen compañía un par de gatos, que ni siquiera se asemejan a los originales, esos que tuve cuando aún vivía en casa de mi madre.
Nada es como lo imaginé.
Nada nunca es como lo imagino, y tal vez ese ha sido mi problema, que imagino demasiado.
Me di cuenta de eso y ha sido lo peor. Vivir durante 10 años cavando mi propio agujero en medio de este gran vertedero personal. En la peor zona que encontré en mi cabeza.
Pero no estoy enferma, y no sabes cuánto deseo estarlo. Al menos tienes algo que culpar por tu derrota.

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Tal vez escribiendo esto puedo espantar la idea de un futuro horrible que anda rondando por mi cabeza. La próxima semana voy a pedir una cita para ir a una charla a estudios en Francia, porque, muchas gracias, al parecer no puedo hacer un postgrado en Filosofía en Francia si soy abogado. Qué rico, no, esa maldita decisión me sigue penando.

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Es divertido en tribunales cómo tratan a los expedientes. Pero eso lo dejo para otro día.

Urgente se requiere elefante para comodato o arrendamiento de memoria. Sólo un par de horas.

Estoy bloqueada. Ya no puedo estudiar más. No sé si será bueno, malo, pero las horas pasan a mi lado y los libros sólo logro ojearlos por un par de minutos. La memoria, maldita memoria remota, tanto me cuesta retener esas estupideces de definiciones y requisitos... la falta de motivación será, pero el punto es que no me da el cerebro. Que pasas ni que nada. No tengo buena memoria señor, señora profesora, o señorita, disculpe usted, no se preocupe, no está ante un futuro colega, o posible contraparte, yo no quiero ser parte de ustedes, esto lo hago porque... ::silencio prolongado, alumnos atentos han dejado sus códigos en el suelo, ya no importan ante esta descolocante revelación de la persona evaluada en ese momento:: ...soy masoquista, o por el deber ser, o porque ni me di cuenta cuando estaba acá... he sufrido, no me haga sufrir más, ponga tres bolas blancas, y acabemos con esto.

La tristeza es curable, señor.

(The Dresden Dolls)

La tristeza es un sentimiento extraño (como todos en realidad). Muta cual animal informe. A veces se une a la rabia, o a la impotencia y la derrota... o aparece entremezclado con afecto... un afecto entristecido y frustrado. Desamor vital. Finalmente la capacidad de sentir se atrofia. Se hace insoportable. La tristeza. Cuando las lágrimas dejan de ser suficientes... estamos en un punto crítico, señor. Su estado es delicado, de complejidad, hmm, le aconsejo que anule el reposo y se de una vuelta por la ciudad, fijándose en cada detalle que pueda acentuar, ejem, ese sentir que ud, tiene, y luego vaya a su casa y se suicide. Así mismo, como lo oye. Personas como ud, impiden que nuestro país surga del subdesarrollo, señor. Lo siento, me tienen prohibido dar medicamentos con la estrellita verde. No señor, no puedo hacer una excepción. Hágame caso, vaya y mátese: todos estaremos más tranquilos. Su familia lo olvidará y usted al final quitará la raíz de su sentir ejem, amargo. Ud mismo.

Odiando los objetos útiles.

La respiración agitada mientras el pelo húmedo se mete en su boca, le hace sentir que en ese segundo más que nunca necesita de una buena cogida.
Está recostada, a medio vestir, con los pelos de gato que le dificultan aún más el ingreso de oxígeno. Sus manos se aferran al cubrecama, lo estrujan, como si mediante ese acto de deseo reprimido algo se liberara. Con su boca a medio abrir, roza la tela queriendo buscar unos labios, poros, piel.
Así, tendida, medio desnuda, sobre su cama. De día.
Esa cama maldita, esa cama que sólo enrostra la soledad, la necesidad de un otro, de algo que desde fuera permita olvidar que los días de placer a solas acabaron. Esa cama, con pelos de gato, que no se mueve, no respira, no habla, es nada, un objeto, inútil pero necesario, se ríe de ti, porque la necesitas, sin ella es difícil, tus manos no bastan, la odias, por ti la lanzarías por la ventana, que se vaya, es mejor dormir en el suelo, maldita cama, deja de reír, estoy sola, no me gusta, es culpa de la cama, al menos abrázame, tócame, esa madera fría no tocaría ni un árbol, es tu culpa.
De a poco suelta la presión que sus dedos ejercían al tomar la tela... ya es tarde. Hay que ordenar todo porque pronto es hora de dormir.