miércoles, octubre 27, 2004

Listo, se acabó (o empezó)

Mhmm.
Cuesta asumirse como una persona pesimista.
Uno se reconoce, los demás también, ese comentario que nadie quiere escuchar, viene casi siempre de mi boca, cuando no logro retenerlo entre mis dientes.
El humor melancólico atemporal, fuera de cualquier tipo de medición estacionaria o en avance, simplemente ES.
Cuando ya dejas de luchar. Y los demás un poco también, te asumen con tus extravagancias mentales. A veces te dicen "shhh, hoy no quiero complicarme" y uno por respeto a la tranquilidad ajena matiene un perturbado diálogo interno fuera de las fronteras del lenguaje.
Ya no intentaré cambiar. Bueno, la verdad es nunca la hice, pero creo que eso de "mi forma de ser" dejará de ser un tema. Mientras pueda mantenerme viva así, todo bien. Con la ideación suicida alejada, estamos en plena fiesta vital.
Me gusta Ginsberg. Se sorprende de forma adorablemente inocente con una flor, el cielo, y se atormenta y obsesiona con una existencia bajo el sino del exceso. Es realmente fascinante.

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Liberación

Acto poético:
Escribirse en las uñas la palabra melancolía en Braille.

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lunes, octubre 04, 2004

Lo Barnechea: vergüenza nacional

Esta ciudad, gracias a Pinochet, está dividida.
Aquí no es como en cualquier ciudad desarrollada de Brazil, en donde junto a lujosas casas se observan fabelas donde el candomblé y la capoeira, le dan un sabor a la miseria que cuelga de los cerros.
Esta ciudad, la gran capital de este largo país (la "tripita" como la llamaba un cubano que conocí alguna vez), se divide entre comunas ricas y comunas pobres. La perifera, el centro y la cordillera.
A una amiga, su padre le decía "¿Ves esa plaza? ¿la plaza Italia? Bueno, nosotros vivimos de allí hacia abajo, ese es nuestro lugar. La gente que vive de allá hacia arriba, es de otro mundo, y tu no puedes entrometerte con ellos." Las paradojas de la vida, ella terminó compartiendo algunos meses con una niña proveniente de ese mismo lugar al que su padre señaló como prohibido. Nos demorábamos horas en llegar a nuestras casas. Era casi como viajar a otra ciudad. Así está hecha esta cuidad: es enemiga de los contactos intercomunales.

Pero bueno, existe un lugar de este ciudad que no es así. Un lugar en que se pueden ver las construcciones -si se les puede llamar así- más precarias, junto a un río que trasporta la caca de la ciudad -aunque a esas alturas no está tan sucio-, y el mayor lujo de esta ciudad, un lugar que parece ser otro país, parece que otro idioma se hablara en esas calles, un dialecto especial, el dialecto del dinero.
Lo Barnechea.
No pasaba por ese sector hace mucho tiempo, sólo lo hago cuando voy de visita a casa de alguna amigo. Parece que he estado bastante encerrada porque no recuerdo ese lugar como lo vi. Lujosos autos a la venta en vez de quiscos con revistas, chicles y sopaipillas. Árboles, limpieza. "Gente bien". Claro, no cuesta nada mirar hacia el otro lado cuando se pasa frente a las mediaguas.
Y eso no es todo. La flamante alcaldesa del lugar, a pedido de algunos "molestos" vecinos debido al "afeamiento del paisaje y el contacto obligatorio con quienes no son de su agrado visual", construyó un gran muro que divide un sector en que el río no sirve de barrera natural. Así es, nuestro pequeño muro en plena ciudad sudaca, dividiendo los ricos de los pobres, lo que pueden de los que deben, los que deciden de los que obedecen. Claro, ellos sirven para mantener el sistema. La lógica de los contrarios obliga a la existencia de un pobre para ser yo el rico.
Qué basura inmaterial entre tanto auto lujoso y tiendas de nombres inpronunciables. Menos mal salí rápidamente de allí, con la convicción de no querer volver, y con la tristeza de ser un persona cobarde que prefiere obviar y suprimir, a cambiar.
Y por eso es que escribo aquí.
Para que no se me olvide.

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